abril 22, 2010

La Cumbre de la Madre Tierra

LA CUMBRE DE LA MADRE TIERRA
Los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad


Desciendo de origen celta. Mis antecesores provienen de la verde Irlanda. Las tradiciones nos acercan a la tierra y a los árboles. Los árboles que existen para preservar la vida. El avance de las naciones que llevaron los pensamientos religiosos como medio de dominación han alejado al hombre de la tierra, y esa es una de las principales causas del deterioro provocado en la naturaleza. Los caminos para revertir el daño y cuidar nuestro habitat, que es el habitat de todos los seres vivos de la Tierra, no es sencillo. Más bien es harto difícil. El daño dejará cicatrices si hacemos lo mejor. O, por el contrario, dejará un planeta devastado que, seguramente sobrevivirá al hombre después de un largo tiempo, apenas un latido del Universo.
Debemos aprender a ser equilibrados y armoniosos con la naturaleza.

La esperanza sólo se concreta con hechos.
Eduardo Galeano escribió para los que acudieron a la Cumbre de la Madre Tiera, allá en Cochabamba, república de Bolivia, sus esperanzas para una reunión a la que no pudo asistir. Reproducimos parte de su mensaje:

Quiero decirles que ojala se pueda hacer todo lo posible, y lo imposible también, para que la Cumbre de la Madre Tierra sea la primera etapa hacia la expresión colectiva de los pueblos que no dirigen la política mundial, pero la padecen.

Ojala seamos capaces de llevar adelante estas dos iniciativas del presidente Evo Morales (Bolivia), presentadas ante el Tribunal de la Justicia Climática y el Referéndum Mundial contra un sistema de poder fundado en la guerra y el derroche, que desprecia la vida humana y pone bandera de remate a nuestros bienes terrenales.

Ojala seamos capaces de hablar poco y hacer mucho. Graves daños nos ha hecho, y nos sigue haciendo, la inflación palabraria, que en América latina es más nociva que la inflación monetaria. Y también, y sobre todo, estamos hartos de la hipocresía de los países ricos, que nos están dejando sin planeta mientras pronuncian pomposos discursos para disimular el secuestro.

Hay quienes dicen que la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud. Otros dicen que la hipocresía es la única prueba de la existencia del infinito. Y el discurserío de la llamada comunidad internacional, ese club de banqueros y guerreros, prueba que las dos definiciones son correctas.

Yo quiero celebrar, en cambio, la fuerza de verdad que irradian las palabras y los silencios que nacen de la comunión humana con la naturaleza. Y no es por casualidad que esta Cumbre de la Madre Tierra se realiza en Bolivia, esta nación de naciones que se está redescubriendo a sí misma al cabo de dos siglos de vida mentida.

Bolivia acaba de celebrar los diez años de la victoria popular en la guerra del agua, cuando el pueblo de Cochabamba fue capaz de derrotar a una todopoderosa empresa de California, dueña del agua por obra y gracia de un gobierno que decía ser boliviano y era muy generoso con lo ajeno.

Esa guerra del agua fue una de las batallas que esta tierra sigue librando en defensa de sus recursos naturales, o sea: en defensa de su identidad con la naturaleza.

Hay voces del pasado que hablan al futuro.

Bolivia es una de las naciones americanas donde las culturas indígenas han sabido sobrevivir, y esas voces resuenan ahora con más fuerza que nunca, a pesar del largo tiempo de la persecución y del desprecio.

El mundo entero, aturdido como está, deambulando como ciego en tiroteo, tendría que escuchar esas voces. Ellas nos enseñan que nosotros, los humanitos, somos parte de la naturaleza, parientes de todos los que tienen piernas, patas, alas o raíces. La conquista europea condenó por idolatría a los indígenas que vivían esa comunión, y por creer en ella fueron azotados, degollados o quemados vivos.

Desde aquellos tiempos del Renacimiento europeo, la naturaleza se convirtió en mercancía o en obstáculo al progreso humano. Y hasta hoy, ese divorcio entre nosotros y ella ha persistido, a tal punto que todavía hay gente de buena voluntad que se conmueve por la pobre naturaleza, tan maltratada, tan lastimada, pero viéndola desde afuera.

Las culturas indígenas la ven desde adentro. Viéndola, me veo. Lo que contra ella hago, está hecho contra mí. En ella me encuentro, mis piernas son también el camino que las anda.

Celebremos, pues, esta Cumbre de la Madre Tierra. Y ojala los sordos escuchen: los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad.



Vuelan abrazos, desde Montevideo.

Eduardo Galeano